Cuando Luis XVI convocó a los Estados Generales para resolver la quiebra de las finanzas reales, Robespierre fue elegido para representar al Tercer Estado de Artois.Y cuando la conversión del Tercer Estado en Asamblea Nacional puso en marcha la Revolución Francesa, Robespierre se erigió en defensor de las ideas liberales y democráticas más avanzadas. No obstante no parece que sostuviera convicciones republicanas hasta que la deslealtad del rey a la Constitución (con el intento de fuga de la familia real en 1791) defraudó su confianza en la fórmula monárquica; entonces sí, fue uno de los promotores de la ejecución de Luis XVI y de la implantación de la República. Hombre íntegro, virtuoso y austero, llevó su rigor moral y su fidelidad a los principios hasta el fanatismo. Esa fama le convirtió en uno de los líderes más destacados del Club de los Jacobinos, que agrupaba al partido revolucionario radical. Allí sostuvo la idea de mantener la paz con las potencias extranjeras para consolidar la revolución en Francia.
El apoyo de las masas revolucionarias de París (lossans-culottes) a tales ideas se expresó en una «revolución dentro de la Revolución» en 1792-93, que llevó a Robespierre al poder: primero como miembro de la Comuna revolucionaria que ostentaba el poder local; luego como representante de la ciudad en la Convención nacional que asumió todos los poderes, y en la que Robespierre apareció como portavoz del partido radical de la Montaña (junto con Danton y Marat); y, una vez eliminados del poder los girondinos, como miembro del Comité de Salvación Pública en el que la Convención delegó el poder ejecutivo (1793). Robespierre se convirtió en el «hombre fuerte»; instauró una dictadura de hecho para salvar a la Revolución de las múltiples amenazas que se cernían sobre ella.
Adoptó medidas sociales encaminadas a ganarse el apoyo de las masas populares urbanas, como la congelación de precios y salarios. Quiso recuperar la religión como fundamento espiritual de la moral y del Estado, instaurando por decreto el culto del Ser Supremo y celebrando en su honor una fiesta en la que quemó una estatua que simbolizaba el ateísmo.
Una coalición de diputados de diversas tendencias obtuvo de la Convención el cese y arresto de Robespierre y sus colaboradores en el Comité. De nada sirvió el conato de insurrección popular que protagonizaron los sans-culottes para salvar a Robespierre. Juzgado por sus propios métodos, fue guillotinado junto con 21 de sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas.
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